lunes, 17 de septiembre de 2007

CRÓNICA DE UN AMOR QUE NO ENTIENDE RAZONES...

Avellaneda los días que juega Racing Club, se convierte en una caravana de gente alocada. Los hinchas llegan en autos, camionetas, colectivos repletos, o simplemente caminando. En las cuadras que separan el Hospital Fiorito de la cancha, el olor a choripán, garrapiñada, fritanga y transpiración se confunden. Personas que solo se ven una vez por semana se saludan con gran cariño, tal vez no sepan cómo se llama su interlocutor pero por la soltura con la que hablan de temas tan diversos como el discurso de Chávez en la ONU o la final de Bailando por un Sueño, uno podría arriesgar que se conocen de toda la vida.
Camino por la calle Italia, doblo por Colón y entonces sí, el Cilindro Mágico de Avellaneda aparece ante mis ojos. Me deslumbra la imagen de esa réplica casi perfecta del Coliseo Romano, construida en el medio de fábricas que alguna vez fueron prósperas y hoy solamente despiden olor a óxido. Sigo mirando obnubilado, él gran estadio de la ciudad, ese que alguna vez vio tirar gambetas a Orestes Omar Corbata, ídolo de mi abuelo, y al que yo recurro siempre que algún hincha de otro equipo me pregunta: -¿qué crack salió de Racing eh?, cuando me topo con la primera oscuridad en mi camino. Sí amigos, estoy ante el premier cacheo policial de la tarde. Un robusto y morocho agente de la bonaerense, me palpa el cuerpo con manos fuertes y ásperas. Este procedimiento, que en algunas ocasiones tiene un matiz sexual que llega a incomodarme, en esta oportunidad no me molestó en lo más mínimo, ya que el oficial de prolijo bigote castrista, lo realizó con un profesionalismo que tendrían que tomar como ejemplo algunos de sus compañeros de oficio. Por último me pregunta con una voz todavía más áspera que sus manos, si llevo encendedor. Lo niego rotundamente y sigo mi camino tranquilamente.
Saco el encendedor de una de mis zapatillas, prendo el primer cigarrillo de la tarde, sigo caminando por Colón. La música que llega desde adentro de la cancha se escucha cada vez más fuerte, es entonada, explosiva pero abrasadora, me entusiasmo, canto yo también. Un nene de no más de cuatro años subido a los hombros de su papá y con una camiseta que le cubre todo el cuerpo me mira, me sonríe y canta conmigo. El papá también ríe y me dice: -"este va a ser más fanático que yo". Le devuelvo la sonrisa y sigo caminando. Por un instante recuerdo cómo en esos primeros años de la democracia era mi viejo el que me llevaba, también en los hombros, a ver al club de sus amores.
Acabo de guardar mi preciado encendedor, por fin estoy en la puerta del playón de la cancha. Un nuevo cacheo policial me espera. Esta vez el trámite se produce un poco más rápido. El pequeño, pero con cara de pocos amigos oficial que me tocó en suerte, casi no me toca, ni me mira ni nada solo me hace un gesto con sus manitos, que de tan chquitas resultan cómicas, que siga mi camino. Entonces al lado mío escucho: -"qué señora nena, no ves que tengo veinte años". Al instante se produce una carcajada de los que como yo, participaban del cacheo. Por lo que pude entender, a una rubiecita con más cara de Recoleta que de Wilde, no le había gustado nada, que una mujer policía la llame señora.
Prendo el segundo cigarrillo de la tarde, el sol radiante me pega en la cara y me molesta. Al lado mío la gente corre como loca, por alguna razón yo también corro. Una señora de unos cuarenta años se me cruza en mi loca carrera, le pido perdón sin parar de correr, mi mira con cara de no aceptar mis disculpas, no me importa, son las dos menos diez y yo todavía no entré a la cancha. En diez minutos empieza el partido y yo como muchos de los que aún estamos afuera corremos el riesgo de perdernos el comienzo.
Agitado, llego a una cola de aproximadamente cuarenta metros, esta me separa de la puerta diez, saco mi carnet de socio y aguardo el momento de entrar. Mientras hago respetuosamente la fila, que cada vez se vuelve más ancha por los que se van colando, a medida que esta avanza, mi mirada se centra en una vieja camiseta de un arquero de Racing de los años ´90. Es negra con letras amarillas. El afortunado que la lleva puesta, es un ser que me parece casi sobrenatural. Mide alrededor de dos metros, tiene el pelo rubio muy largo y una espalda que podría ser tranquilamente dos mías. Solo le faltaba un martillo en la mano y hubiera jurado que me encontraba, ante el Dios Nórdico Thor. De repente un grito de un viejo que tenía tan pocos dientes en su boca, como eses en su lenguaje, me saca de mis cavilaciones. –"Dale che que arranca el partido, la puta que te parió yuta de mierda". Ese grito de guerra enciende a todos los que estamos ahí. La cola empieza a avanzar a los empujones, hay gritos e insultos, pero por fin consigo adelantarme hacia mi último obstáculo: el tercer cacheo policial. No recuerdo la cara del tercer policía que me tocó en la tarde, estaba enfurecido por la burocracia que tenemos que sufrir los hinchas comunes para entrar a una cancha de fútbol. Presiento que aquel uniformado se dio cuenta de mi fastidio y mi apuro y en una actitud francamente cruel, tardó más de lo normal, en realizar su trabajo.
Apoyo mi carnet en los molinetes electrónicos, la pantalla dice avance, corro, subo las escaleras y por fin…veo el campo de juego, estoy adentro.
Mi ubicación es casi en la fosa, atrás de uno de los arcos. Empiezo a subir entre montones de personas, es una tarea francamente difícil. El olor a transpiración es penetrante. Un gordo enorme y en cuero me pasa por al lado y casi se seca su cuerpo transpirado con mi remera. No me rindo y sigo subiendo. Por fin logro llegar donde quería, arriba a la derecha del arco. Saludo a amigos, primos y a personas que no se cómo se llaman, pero que conozco por Racing. La música de cancha se vuelve ensordecedora, todo el mundo salta, canta y aplaude. De repente miles de papelitos vuelan por el aire, Racing salió a la cancha. Y la acadé y la acadé retumba por todos lados, el piso de cemento parece moverse.
Todo está dado ya, los veintidós jugadores están acomodados en la cancha. Una señora y la que parece ser su hija se persignan, un chico de pantalón corto junta sus manos en posición de rezo. Silbato del árbitro, comenzó el encuentro.
El partido es ordinario, los dos equipos se pelean por la pelota, pero no producen peligro alguno. Un hombre de unos cuarenta años, pelado y con lentes oscuros, comenta lo lento y parado que está jugando el diez. Mientras tanto una morocha caderona y pulposa, que lleva su remara atada, dejando ver su ombligo, salta y canta sin parar. Esto produce el deleite de un grupo de adolescentes que comentan, cómo se mueve para arriba y para abajo su exuberante parte delantera. El partido sigue devolviendo muy poco y mis ojos ahora se posan en el medio de la tribuna. Casi sin querer diviso subido a uno de los para-avalanchas, a aquel rubio parecido al Dios Nórdico que había visto un rato antes. Pienso que es la primera vez que veo a un barrabrava que respeta una fila. Calculo que habré pensado en voz alta, porque al instante un viejo de pelo muy blanco y con la cara surcada por las arrugas me dice:- "si viste el rubio ese es un señorito, hace la fila como todo el mundo", al instante el mismo abuelo lo manda a la concha de su madrea al árbitro, argumentando que cobra todas las pelotas divididas para el equipo rival.
A pesar de lo poco que ofrece mi querida academia en la cancha, la gente no para de alentar. El clima cada vez es más calido y el olor a marihuana me abraza, advierto que ese dulce humo viene de dos escalones debajo de donde estoy yo. Un pibe de no más de 25 años, flaco morocho y con una gran nariz, fuma un cigarro tan grande, que lo envidiaría el mismísimo Bob Marley.
Por fin el primer tiempo termina, la gente se sienta fastidiosa, murmurando insultos, un flaquito colorado petiso y con rulos le dice a su amigo también colorado, pero más alto y gordo –"dejáte de joder estos tipos entrenan todo la semana y no pueden hacer dos pases seguidos, qué hijos de puta".
Luego de unos minutos el mal humor se esfuma, y los hinchas vuelven a dialogar de cualquier cosa. Un señor de unos cincuenta años gordo pelado y con barba candado, un calco de aquel diputado duhaldista, llamado Mércuri (ese que reciclaba latitas de gaseosa en Pinamar) le comenta a un hombre, del que solo puedo decir que tiene el pelo canoso, que al fin pudo terminar de pagar su casa después de treinta años. En este clima informal se esfuma el entretiempo. Lo mejor está por venir.
Racing tiene otra actitud, empieza a pelotear literalmente a su rival. La gente no para de cantar y el equipo lo siente. De repente el siete encara por la derecha, se mete al arco y el diez patea… la pelota pega en el palo. -"Uhhhhhhhhhhhhhhh"-, se escucha en toda la cancha. Mi humanidad baja tres escalones a una velocidad cercana a la luz, una avalancha me acaba de arrastrar y si no hubiera sido porque pude frenar a tiempo, amarrándome de aquel gordo traspirado que antes se había secado con mi remera, hubiera terminado mucho más abajo. La gente se entusiasma pero a la vez se impacienta, el equipo juega bien, pero el gol no llega.
A los treinta minutos del segundo tiempo, el rubio por elección, técnico académico, saca un defensor y pone un tercer delantero. Este es un lungo, flaco y colorado. El nueve en cuestión tuvo un buen arranque de campeonato pero se pinchó y perdió su lugar en el once inicial. Ese que se parece al diputado duhaldista dice: -"a este espástico de mierda pone, es horrible el largo este".
Minuto 47 del segundo tiempo las esperanzas se empiezan a terminar, el gol no llega y la cara de la gente es pura desazón. Casi en el borde del área local el siete de Racing pone un pase de setenta metros al once que pica habilitado por la derecha. Este encara y pone un centro preciso para el nueve alto y un poco torpe, que viene picando por el centro. De las entrañas de miles de personas en la tribuna se escucha un: -"ahí está, dale dale dale!!!!". Y entonces por un instante todo parece detenerse, la pelota no parece llegar más a los pies del colorado nueve… Hasta que por fin se escucha un enorme Goooooooooooooooooooooollllll!!!!
Ahora todo es un terrible torbellino, la gente se abraza, se revuelca en el piso, se besa, insulta y se funde en una sola alma, ha ganado Racing señores y eso para todos estos seres, es lo único que importa.
Un rato más tarde cuando ya todo está calmado, y la gente espera que el equipo rival se retire, para poder irse también, escucho nuevamente a Mércuri que le dice a su amigo: -"viste que yo te dije que el colorado era un fenómeno". Lo miro y me río, el me mira y se ríe. Nos reímos.
TITO.-

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡¡¡QUE GRANDE QUE ES EL FUTBOL!!!
No soy de la acade, pero sí de BOCA y TIGRE. Pero el sentimiento y ese ritual hermoso que es ir a la cancha lo puedo sentir y vivir, por suerte. Obviamente, en mi caso puedo hacerlo sólo con Tigre porque gracias a Macri, Boca ya no es lo que era, sino una gran empresa y que si no sos turista, no podés compartir.
De todas formas, gracias, Tito por compartir este lindo día de cancha ¡¡no veo la hora de que llegue el domingo para ver al Matador!! Y cuidate el próximo miércoles jeje :P

Anónimo dijo...

Me gustaron las descripciones, me imaginaba a la perfeccion todo lo que dice la crónica, por ende quiere decir que esta muy bien escrita. Me acuerdo que Zibell te había criticado algo, que era? por las malas palabras?

Anónimo dijo...

Todos los del grupo28 saben que no conozco ni me gusta el fútbol. Tampoco soy una negadora de lo que produce por eso es que las pocas veces que fui a la cancha me pude acercar más a lo que llaman "pasión". En mi caso diría que va más para el lado de la adrenalina y es verdad que "no se puede describir". Lo cierto es que no hay que ser amante del fútbol para que se pueda aceptar que hay muchas (pero muchas) cosas para contar cuando se va a la cancha. Es una mezcla hasta siniestra, podría decir, y anárquica.

Anónimo dijo...

Muy buen cuento, porque es un cuento, es una verdad ficcionalizada. Lastima que fue gol, la gente de racing es masoquista, goza con el sufrimiento.