miércoles, 12 de diciembre de 2007

Sola y su alma

Una mujer está sentada sola en su casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Realmente no entiende muy bien qué ha pasado. La única certeza que tiene es que nadie queda.
Estar sola nunca había sido un verdadero problema para ella. Así había estado durante mucho tiempo y ya se había acostumbrado bastante. Ya se había olvidado lo que era el contacto con otros seres. Desde hacía ya muchos años la mujer se sentía de esa manera, pero esta soledad que la absorbía se justificaba y se sostenía en el hecho inexpugnable de saber que el mundo estaba allí, afuera, superpoblado de vida y movimiento. El no contacto era una decisión personal. Sin embargo, esta situación podía cambiar según su parecer, aunque en el fondo ella supiera que se mantendría por siempre sola, aislada de todo contacto real. De todas formas, y por los motivos que fuesen, la soledad era una elección, no una imposición.
Ahora se encuentra en medio de una encrucijada. Ya no tiene más el control de su vida. Ya no puede más sentir soledad, ya que la realidad es la que se lo impone. Esta sensación deja de tener sentido en un marco donde no sólo es posible, sino necesaria. Se siente perdida, incómoda ante esta nueva situación. Está sola en el mundo, y ya no sabe cómo seguir con su forma de vida anterior.
Los años pasan por encima suyo de manera casi imperceptible. En un mundo inerte, el tiempo transcurre en una dimensión completamente distinta, casi sin manifestarse. Fuera de sí, harta de su propia existencia, toma una decisión crucial. Se da un plazo de dos días para encontrar una solución a su problema, o si no…
El primer día pasa sin novedad. Ninguna idea esclarecedora ataca su mente. Comienza el segundo día... Nada ocurre… Pasan las horas y la inminencia de la fatalidad se vuelve cada vez más próxima… Queda sólo una hora para cumplir el plazo…
Finalmente los dos días transcurren por completo.
Cuando está apunto de abandonarse, de dejarse morir, golpean a la puerta. Desconcertada y desesperada a la vez, abre la misma bruscamente. Un señor de sombrero y traje, con un pequeño anotador en la mano aparece e irrumpe dentro de la escena en forma repentina. La mujer lo mira incrédula y sin vacilar pregunta: - ¿Quién eres?
El hombre de sombrero escribía mientras la mujer hablaba. Sin dejar de anotar contesta: –Yo soy quien tú esperas.
La mujer está desconcertada. Realmente no esperaba a una persona. Esperaba una respuesta, una idea, un pensamiento, un camino. Pero no a alguien. Piensa que puede ser una especie de dios, aunque inmediatamente recuerda que ella nunca creyó en dioses.
– ¡Yo soy tu Dios! - grita el hombre de repente (sin dejar de escribir en el anotador) .
– No creo en dioses. Dime realmente quién eres -contesta la mujer decidida.
El hombre duda unos instantes hasta que, con un gesto de resignación, contesta: – Está bien. Pasaré a explicarte lo que ocurre. Presta atención y no me interrumpas. No te he mentido cuando te dije que yo era tu Dios. Hace muchos años estoy escribiendo una historia que no puedo terminar. He desarrollado una trama, un personaje central, he inventado un mundo con sus propias reglas y límites, pero no puedo concluir mi historia. Sin embargo, hace algunos años me encuentro confundido, buscando un final, cualquier final. Ya no busco calidad artística, lo único que deseo es terminar la historia para poder continuar con alguna otra que realmente pueda dominar. Me puse un último plazo de dos días para finalizarla, o definitivamente la abandonaría. Dado que no se me ocurría ese final, vine aquí para que tú me digas cómo es que termina.
La mujer no lucía sorprendida mientras el hombre de sombrero le decía estas cosas. Después de pensar un momento, lo mira fijo y con voz firme le responde: -Bueno, esto es lo que haremos. Como bien has dicho, eres el narrador de esta historia y yo soy tu personaje principal. Como último recurso has decidido incluirte en tu historia y dejar que yo decida cómo termina. Pero yo no tengo autonomía, yo no hablo por mí, o sea que tú bien sabes que lo que yo haga o diga no sale de mi cabeza. Realmente no necesitas un desenlace, porque esta historia no lo tiene. Así lo has decidido. Sólo estás aquí para convencerte de ello y para que yo te diga esto. Esta historia jamás termina, no tiene un final posible, por lo menos ni tú ni yo podemos dárselo. Por eso te sugiero que te vayas, borres estas líneas que estás escribiendo e inventes una nueva historia, pero una verdadera, real, con un final concreto, y no una inconclusa como ésta…
La voz de la mujer se hacía cada vez más lenta y difusa mientras hablaba, hasta que finalmente se perdió completamente.
Las miradas de ambos se cruzan por última vez. La mujer ya no mira, aunque tiene los ojos abiertos. El hombre había dejado de escribir.

Nico.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno Nico, logras que uno vea, en su mente, muy claras las imagenes del cuento.
Yo me imaginaba una casa amplia toda hecha mierda, con una gorda vieja sentada en un silla de madera, con la mirada totalmente perdida.
Y el final también esta muy bien, inesperado y muy original.
Saludos

Anónimo dijo...

Muy bueno Goscilo!!! Contános cuál fue tu musa inspiradora porque es todo muy raro!
Pobre mina por dios...no tener a nadie a quién mirar, aunque no quisiera hablarle ni nada. Es tener la certeza de tu propia muerte. ¿Qué hacés? Dejás que venga simplemente supongo. En tu cuento fue en forma de escritor, lo tenía adelante e igual la agarró desprevenida. La tipa sabía que él controlaba su existencia pero igual de repente no habló ni miró más.
Por otro lado, saco algo positivo y muy difícil de cumplir: no controlamos nada de nuestra vida (o muy poquito). Hoy decir esto me alivia porque me obliga en cierta manera a no programar nada, porque total, cada momento te sorprende te cambia todo lo pensado.
Otro día te querés matar porque no podés planificar por la misma razón.
Bueno, dejo de filosofar.
Muy pero muy bueno y no te corregí ni un acento!!!!jajajaj

Anónimo dijo...

Nada que ver con lo que yo me imaginaba. Mi personaje era así: mina flaca cuarentona con cara de amargada pero no de asco sino de facciones duras. Vestimenta: vestido como los que se usaban en los `50 de entrecasa, con cuello tipo de camisa, botones hasta las rodillas y un cinto a la cintura. Floreado seguro pero con tonos apagados.
Muy gráfica tu historia eh.

Anónimo dijo...

Muy bueno Nico, de verdad que es original y cuando llegó el muchacho tomó un giro interesante. Buenisimo, seguí dandole calidad al BLOG. Yo en todo momento tenía la imagen de la mamá de Julieta Diaz en Locas de Amor.

Anónimo dijo...

Fue un ejercicio de taller de expresion, nos daban el titulo y las primeras dos oraciones y lo teniamos que seguir. Lo escribi hace mucho, no me acuerod en que me inspire, lo que sí, ahora que lo publiqué acá le tuve que cambiar algunas cosas, especialemten algunos tiempos verbales, porque el relato arranca en presente y es difícil mantenerlo así siempre, de hecho tuve que virar al pasado en algunos fragmentos.