miércoles, 3 de octubre de 2007

La cita mortífera

Desempolvando las cosas de la facu escritas encontré este cuento que tiene cinco años.

“Yo no lo busqué, yo no lo quise”, debería decir yo ahora que sé que ella ha muerto. Más aún, cuando la muerte la encontró en mis brazos con tan sólo un encuentro. Estas eran las palabras que balbuceaba Román luego del trágico incidente, en medio del caos, en el restaurante.
Román se sentía solo hacía mucho tiempo. Julieta también. Pero estas soledades tenían distintos orígenes, no eran iguales. Román siempre había sido un chico dulce, que disfrutaba de estar en pareja. En sus veinticuatro años había tenido relaciones muy largas. Pero ya había pasado mucho tiempo de su última ruptura y necesitaba alguien a quien amar. Nunca hubiera pensado que iba a estar tan angustiado como para recurrir a semejante idea. Un día abrió el diario y como si fuera una señal, se le presentó ante sus ojos un aviso de una empresa de citas a ciegas. No sabía qué hacer. Llamó a su hermana para constatar de que no fuera una idea tan alocada. Ella le contestó con una carcajada pero luego le dijo que lo haga. Después de mucho pensar, Román tomó el teléfono y averiguó de qué se trataba todo eso. Le interesó y arregló una cita para una semana después.
Julieta era la chica que lo iba a conocer. Ella llegó puntual al restaurante, estaba muy ansiosa, quería empezar de nuevo. Se prometió no contar su verdadero pasado, era muy duro. Tenía veintidós años, una infancia difícil sobre sus hombres y una adolescencia aún peor. Se enamoró de la persona equivocada. Horacio era un criminal. Cuando ella lo descubrió en uno de sus asesinatos, trató de huir pero él se dio cuenta y la amenazó de muerte si contaba lo que vio o si se escapaba de la casa. Estaba muy sola, no tenía a quién acudir. Un día se armó de coraje y se escapó. Los matones de Horacio la habían seguido. Julieta vio el mismo aviso que Román y concertó la cita desde el hotel donde estaba parando.
Román llegó al restaurante cinco minutos después que Julieta, le pidió disculpas, le dio una rosa y cenaron. Los dos se sentían muy bien hasta que el caos se apoderó del lugar. Con su séquito rabioso llegó Horacio por la puerta trasera del lugar. Uno de los muchachos se disfrazó de mozo y le pidió a Román que se acercara a la cocina, donde tenían a todos bajo punta de pistola. Allí, Horacio le dijo a Román que si no mataba a Julieta con el revólver que le iban a dar, el hombre muerto era él. Román no entendía nada, estaba aterrado. Pero preservó su vida, se dijo que ella era tan sólo una desconocida y de todas formas iba a morir. Por eso agarró el arma, la escondió en el bolsillo, volvió a la mesa y le disparó un balazo en la pierna. Cuando ella se agachó para tocar su herida, le pegó el segundo balazo, el que le dio la muerte, directo al corazón. Julieta cayó al piso, Román se inclinó y la tomó en sus brazos.


Yani.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

que onda Yani estabas deprimida ese día? ja
Esta bueno, fuerte el final, pero bueno

Anónimo dijo...

me imaginé una de las escenas de El padrino I cuando estaban en el restaurante y matan a no sé qué personaje ¿alguien se acuerda? Que la toma iba medio en cámara lenta hasta que se da todo el tiroteo; creo que hay un balazo en el cuello de alguien...muy feito todo. Me hiciste acordar a todo eso chica cruel!!jaja. Muy contundente, la verdad!no hay rodeos

Anónimo dijo...

Yo deprimida? y tus cuentos con suicidios qué son? jajajaj

Anónimo dijo...

uuuuh que bajon el cuento, porque no nos hacemos darks y vamos a ver a Marilyn Manson?