miércoles, 30 de abril de 2008

Se viene el 02...

Acá pego el artículo de Gruner, ya se hizo referencia a él en comentarios anteriores. Me tomé el atrevimiento de pegarlo porque me parece más brillante aún que el de Kaufman, y realmente expresa lo que pienso. Es excelente y quizas no todos los visitantes del blog pudieron leerlo.
Nico.


¿Qué clase(s) de lucha es la lucha del “campo”?

En estas líneas, Eduardo Grüner ensaya un juicio provisorio del conflicto agrario. Desde una postura contraria a las medidas “objetivamente reaccionarias” de los productores rurales, señala los “gravísimos errores” del Gobierno, repasa la ideología burguesa de “odio clasista” y advierte que nunca desde la restauración democrática “la derecha había ganado la calle con una base de masas tan importante”. Más allá del carácter ni confiscatorio ni redistributivo de las retenciones —argumenta—, lo que está en juego es la legitimidad del Estado para intervenir en la economía.

Por Eduardo Grüner *

No es, todavía, hora de “balances” más o menos definitivos. Sí de detener, por un momento, la ansiedad, y de ver dónde está parado cada uno. El que esto escribe está en contra de las medidas (sobredimensionadas, extorsivas, objetivamente reaccionarias, y actuadas en muchos casos con un discurso y una ideología proto-golpista, clasista y aun racista) tomadas fundamentalmente por uno de los sectores más concentrados de la clase dominante argentina en perjuicio de la inmensa mayoría. No es algo tan fácil de explicar brevemente. Hay que empezar por señalar una vez más los gravísimos “errores” cometidos por el Gobierno. Están, por descontado, los errores “tácticos” inmediatos: la desobediencia a los más elementales manuales de política que recomiendan dividir al adversario, y no unirlo (y ni qué hablar de, además, dividir el frente propio); o la torpeza de apoyarse en personajes un tanto atrabiliarios de los cuales se sabe que –por buenas o malas razones– van a caer “gordos” a la llamada “opinión pública”. Pero más acá de estos “errores”, están los que no son “errores tácticos”, sino opciones estratégicas: no profundizar en la medida necesaria las políticas (tributarias y otras) de redistribución del ingreso, utilizar buena parte de las (inauditas) reservas fiscales para seguir saldando la maldita deuda; renovar los contratos de ciertos medios de comunicación que, debería el Gobierno saberlo, más tarde o más temprano se le pondrán en contra (y aquí, como en muchos otros casos, se ve cómo una opción estratégica se transforma rápidamente en un error táctico), y que lo hicieron de la manera más desvergonzadamente interesada de las últimas décadas. Ninguna de estas opciones estratégicas son algo para reprocharle al Gobierno. Reprochárselas –al menos, de la manera en que lo ha hecho cierta “izquierda” dislocada o cierta intelectual(idad) bienpensante y ya ni siquiera “progre” que, pasándose de la raya, cruzó definitivamente la frontera hacia la derecha– sería, paradójicamente, hacerse demasiadas ilusiones sobre un Gobierno que en ningún momento prometió otra cosa que la continuidad del capitalismo tal como lo conocemos. Vale decir: un Gobierno propiamente “reformista-burgués”, como se decía en tiempos menos eufemísticos. La situación, pues, no puede ser juzgada sino por lo que realmente es: una puja (no “distributiva” sino) interna a lo que en aquellos tiempos pre-eufemísticos se llamaba la “clase dominante”.

El inmediato mal mayor
Pero, pero: un gobierno legítimamente electo por la mayoría no es directamente miembro de aquellas “clases dominantes”, aunque inevitablemente tienda a “actuar” sus intereses. Y, en un contexto en el que no está a la vista ni es razonable prever en lo inmediato una alternativa consistente y radicalmente diferente para la sociedad, no queda más remedio que enfrentar la desagradable responsabilidad de tomar posición, no “a favor” de tal o cual gobierno, pero sí, decididamente, en contra del avance también muy decidido de lo que sería mucho peor; y si alguien nos chicanea con que terminamos optando por el “mal menor”, no quedará más remedio que recontrachicanearlo exigiéndole que nos muestre dónde queda, aquí y ahora, el “bien” y su posible realización inmediata. Porque el peligro del mal “mayor” sí es inmediato. En estas últimas semanas se han condensado potencialidades regresivas que muchos ingenuos creían sepultadas por un cuarto de siglo de (bienvenido) funcionamiento formal de las instituciones. ¿Exageramos? Piénsese en los “síntomas”, “símbolos”, “indicadores”, y también, claro, hechos. Nunca en este cuarto de siglo la derecha (económica, social y cultural, y no solamente política) había ganado la calle con una “base de masas” tan importante –incluyendo, sí, a esos “pequeños productores” cuyas legítimas reivindicaciones fueron bastardeadas, incluso por ellos mismos, al rol de “mano de obra” de los grandes “dueños de la tierra”–, hasta el punto de transformarse en un verdadero movimiento social del cual mucho oiremos en adelante. No solamente la calle, sino también el aire: nunca antes había sido tan férreo el consenso “massmediático” para apoderarse del Verbo público –como lo dijo inspiradamente León Rozitchner– con el objeto de aturdir hasta el mínimo atisbo de un pensamiento autónomo, no digamos ya “crítico”. Nunca antes las cacerolas habían sido tan bien disfrazadas de diciembre de 2001 argentino cuando en verdad representan –en inesperado retorno a su auténtico “mito de origen”– un septiembre de 1973 chileno. Nunca antes había habido una tan oportuna coincidencia con un aniversario del 24 de marzo. Nunca antes había habido una tan puntual coincidencia con un meeting de lo más granado de la derecha internacional en Rosario. Y ya que de “internacionalismo” se trata, nunca antes había habido una coincidencia tan “contextual” con las avanzadas desestabilizadoras –obviamente fogoneadas desde mucho más al Norte– sobre las “novedades” –no importa ahora lo que se piense de cada una de ellas– sudamericanas, desde las aventuras bélicas de Uribe en la frontera ecuatoriana (y por refracción, venezolana) hasta la feroz ofensiva oligárquico-separatista contra Evo Morales. Nunca antes se había conseguido reimponer el insostenible mito de que es el “campo” lo que ha construido a la “patria” (en una nefasta época esa construcción, se decía, había estado a cargo del Ejército Argentino, que era, al igual que el “campo”, incluso anterior a la nación: una asociación inquietante), cuando, sin meternos con la historia, sabemos que hoy –lo acaba de demostrar impecablemente el economista Julio Sevares– su contribución al PBI es mínima. O el igual de anacrónico mito de que estamos ante una batalla épica entre el “campo” y la “industria”, cuando hace ya décadas que los intereses de esos dos sectores actualmente ultra-concentrados en anónimas sociedades multinacionales –que incluyen, y en lugar destacado, a la “industria cultural” y los medios– entrecruzan sus intereses de manera inextricable, bajo el comando de las grandes agroquímicas, los pools sembradores, o los trusts de exportación cerealera.

El odio de la burguesía
Y a propósito de esto último, que atañe a la estructura de clases en la Argentina actual, nunca antes –posiblemente desde el período 1946/55– se había desnudado de manera tan grosera y frontal la violencia (por ahora “discursiva”) de la ideología de odio clasista de la burguesía y también de cierto sector de la llamada “clase media”; es este odio visceral e incontrolable, y no alguna desinteresada defensa del mitificado “campo”, es ese clasismo-racismo, él sí “espontáneo”, el que constituye la verdadera motivación para participar en los “piquetes paquetes”, desentendiéndose de la “contradicción” de estar orgullosamente haciendo lo mismo contra lo cual putean cuando se les corta la huida por Figueroa Alcorta. Que nunca haya sido tan pertinente, pues, el análisis de clase para juzgar un conflicto, no significa ejercer ningún reduccionismo de clase: las “clases altas” y las “clases medias” no tienen, es obvio, los mismos intereses materiales inmediatos; pero en la Argentina hace ya muchísimo que las segundas subordinaron sus intereses materiales a largo plazo a su patética, servil, identificación con los de las primeras, y es por eso que tan a menudo han trabajado de “mano de obra” de ellas, y en las peores causas. No hace falta ser un sofisticado marxista para entenderlo: bastaría citar la diferencia elemental –que constituye el ABC de la más básica sociología “estructural-funcionalista”– entre grupo de pertenencia y grupo de referencia.
Se equivoca pues la primera mandataria al decir que lo que se juega en este conflicto nada tiene que ver con la lucha de clases. Una vez más, no cabe reprochárselo: ella es peronista, y por lo tanto lo cree sinceramente. El problema es que crea que basta creerlo (o desearlo) para que la cosa no exista. No advierte, tal vez, la paradoja –por otra parte perfectamente explicable por la propia historia del peronismo histórico– de que el Gobierno que ella preside, aunque en “última instancia” represente compleja y ambiguamente, y con algunos escarceos defensivos de la autonomía del Estado, los intereses estructurales de la “clase dominante”, para la ideología estrecha de esa clase dominante, que ha hecho tan buenos negocios en este último lustro, representa los intereses (¿habría que decir: “simbólicos”?) de las otras clases, y por lo tanto su gobierno es el chivo expiatorio del “odio de clase” en una época en que, por suerte, ya no pueden hacerse pogroms masivos ni aplicarse científicos planes de exterminio colectivo. La clase dominante argentina está desde siempre acostumbrada a no tolerar ni siquiera aquellos tímidos escarceos “autonomistas” por parte de ningún gobierno (por lo menos, de ninguno “civil” y legalmente elegido: porque sí toleraron la mucha “autonomía” estatal de que gozaron las dictaduras militares para aplicar sus políticas económicas tanto como represivas). Aquella famosa consigna setentista –“Y llora llora la puta oligarquía, porque se viene la tercera tiranía”– era, entre otras cosas menos defendible, una ironía sobre el sempiterno tic de la burguesía, consistente en calificar de “tiránico”, “autoritario” o “dictatorial” (aunque en estos tiempos posgramscianos se diga “hegemónico”, como si la hegemonía no fuera el objeto mismo de la política) a cualquier gobierno, sea cual fuere su política, que osara insinuar que algunas cositas menores las iba a decidir él. Aunque parezca inverosímil, los acusaron de “comunistas”, “socialistas”, “nazifascistas”, sólo porque intentaron tomar algunas decisiones que, sin ser claramente opuestas a los “intereses dominantes”, no representaban una obediencia automática y directa a los amos del Capital.

La lucha de clases
Nada muy diferente está sucediendo ahora: puesto que llevamos un cuarto de siglo de democracia institucional, es en nombre de esa misma “democracia” que se usan los mismos (des)calificativos contra este Gobierno, al que se identifica, disparatadamente, como la otra parte en la “lucha de clases”. Y tal vez la Presidenta, aunque oscuramente, intuya esto, y por ello se defiende de lo que toma como una “acusación”. Pero, lo lamentamos: la lucha de clases no existe, pero que la hay, la hay. Muchos “progres”, al igual que este Gobierno, creen que no la hay porque las masas populares no están movilizadas en una contraofensiva dirigida al avance de la derecha. Pero, primero: las clases dominantes también luchan: la aplicación sistemática, sea a punta de bayoneta o por políticas “pacíficas”, de la reconversión capitalista “neoliberal”, eso es lucha de clases, emprendida por la clase dominante contra las dominadas y sus aún magras conquistas anteriores. Como lo es claramente el mantener desabastecidos a los sectores populares, con su inevitable consecuencia inflacionaria (algo que, a decir verdad, viene ocurriendo indirectamente desde mucho antes, dadas las cuotas de exportación ayudadas por el dólar alto y el consiguiente desequilibrio entre oferta y demanda en el mercado interno). Segundo: si las masas populares están desmovilizadas, también es porque este Gobierno (y sobre todo todos los anteriores, si bien éste no ha hecho nada importante para subsanarlo, limitándose en este terreno a administrar lo ya acumulado) las ha desmovilizado, aun cuando en defensa propia le hubiera convenido, incluso con los riesgos que hubiera representado para un gobierno “reformista-burgués”, tenerlas a ellas en la calle antes que, pongamos, a D’Elía o Moyano (y se entenderá, suponemos, que con esos nombres estamos simplemente haciendo una taquigrafía, y no imputaciones a personas). Como no las ha movilizado, la ofensiva de clase de las fracciones más recalcitrantes de la burguesía fue contra su “adversario” visible, el Gobierno: otra, y para nada menor, opción estratégica transformada en error táctico.
En fin, no estamos –hay que ser claros– ante una batalla entre dos “modelos de país”; el modelo del Gobierno no es sustancialmente distinto al de la Sociedad Rural. Pero la derecha y sus adherentes ideológicos no toleran la más mínima diferencia de “estilo” con su modelo, del cual creen ser los únicos dueños, y sus primeros benefactores. ¿Tomar conciencia de ello hará que el Gobierno, aunque fuera “en defensa propia”, pergeñe un “modelo” diferente? No parece lo más probable. Tiene razón Alejandro Kaufman: todo esto no nos ha hecho pasar a la “gran política”; pero también es cierto que, bien jugada, podría ser la ocasión de al menos atisbar ese pasaje a una suerte de “gran relato” de la política. De que nuestros debates principales ya no sean (aunque por supuesto habrá que seguir haciéndolos, en otra perspectiva) las mentiras del Indec o el dinero de Santa Cruz emigrado a Suiza, sino los que atañen, efectivamente, al “modelo”, incluyendo un modelo integral y planificado a largo plazo para el “campo”. Pero si esta ofensiva de la derecha triunfa, esa ocasión se habrá perdido por décadas.

La legitimidad del Estado
En este relativamente nuevo contexto, no podemos quedar atrapados (otra vez, sin que haya dejado de ser necesario hacerlas también) en las discusiones sobre los detalles “técnicos” del conflicto. Hoy, ahora, el problema central ya no son (y tal vez nunca lo fueron en serio) las benditas “retenciones”. En un registro “puramente” económico –lo acaba de demostrar Ricardo Aronskind– ya se está discutiendo la renta a futuro del 20 por ciento de los “dueños” que controlan el 80 por ciento de la “tierra”, y no centralmente las retenciones actuales. Ya lo sabemos: ni el aumento de las retenciones móviles a las rentas extraordinarias del “campo” supone, no digamos ya una medida “confiscatoria” (¡¡!!), sino ninguna “pérdida” importante para un “campo” que nunca ha ganado tan extraordinariamente; ni, del otro lado, es estrictamente cierto que las retenciones sean una medida ampliamente “redistributiva” que vaya a mejorar decisivamente la brutal injusticia social que aún campea en la Argentina. Pero esto no significa que las retenciones (no, claro, por sí mismas, pero sí en la trama de una política nacional articulada que incluyera muchas otras medidas) no podrían y deberían contribuir a esa redistribución. Si la derecha gana, se habrá creado un peligroso antecedente de deslegitimación de la intervención del Estado en la economía, y esto impediría, o al menos obstaculizaría gravemente, que este Gobierno (si es que en algún momento reorienta sus opciones estratégicas) o cualquier otro futuro, sí utilizara las retenciones u otras medidas semejantes con fines redistributivos. Eso, en el mejor de los casos. En el peor, una parte nada despreciable de la sociedad argentina habrá completado un enorme e integral giro a la derecha del cual difícilmente habrá retorno. La situación obliga, a todo el que sienta una mínima responsabilidad ante aquella sociedad, a sentar con la mayor nitidez posible una posición. Insistamos: no necesariamente a favor del Gobierno, sino inequívocamente en contra de intentonas que a esta altura ya nadie puede dudar que son intencionalmente o no (pero más bien sí) “desestabilizadoras”, “golpistas”, “reaccionarias”. Los “golpes” ya no son hechos con tanques e infantería, pero no por eso han caducado: la especulación económica, la insidia mediática de las medias verdades y las enteras mentiras, la corrupción verbal de los epítetos clasistas y racistas, la confusión consciente de la parte con el todo –sea a favor o en contra del Gobierno o del “campo”– suelen tener un efecto más lento pero incomparablemente más profundo que los mucho más visibles uniformes con charreteras. El Gobierno deberá tomar cuidadosa nota de las “novedades” que se han producido. Y también, y sobre todo, deberemos hacerlo nosotros, los que –sin ser totalmente o siquiera en parte “pro-Gobierno”– no tenemos derecho a equivocarnos sobre dónde está el peligro mayor. Sobre dónde estará: porque esto –tregua o impasse o compás de espera, como se quiera llamarlo– recién empieza.
* Sociólogo, ensayista, profesor de Teoría Política y de Sociología del Arte (UBA).

CACEROLAS DE TEFLÓN

Un tema dedicado a un amigo. ¿Adivinan quién lo compuso?. Una pista: Es el idolo de los padres de nuestra amiga Cecilia Mariel.
Gastón

CACEROLA DE TEFLÓN

No te oí… En los días del silencio atronador.
No te oí junto a las madres del dolor,
no sonaste ni de lejos, por los chicos, por los viejos… olvidados.
No te oí… Puede ser que ya no estoy oyendo bien,
pero al borde de las rutas de Neuquén,
no te oí mientras mataban por la espalda a mi maestro.
Y entre nuestros cantos desaparecidos
yo jamás oí el sonido de tu tapa resistente,
que resiste comprender que hay tanta gente
que en sus pobres recipientes solo guarda una ilusión.


Cacerola de teflón, volvé al estante,
que la calle es de las ollas militantes…
Con valiente aroma de olla popular.
Cacerola de teflón, a los bazares,
o a sonar con los tambores militares…
Como tantas veces te escuché sonar.


No te oí… Cuando el ruido de las fábricas paró,
cuando abril su mar de lágrimas llenó.
No te oí con los parientes del diciembre adolescente… asfixiado
No te oí… Puede ser que mis orejas oigan mal,
pero nunca te he sentido en la rural,
reclamar por el jornal de los peones yerbateros,
por la rentabilidad de los obreros,
por el tiempo venidero, por que venga para todos.


No te oí ni te oiré porque no hay modo
De juntar tu avaro codo con mi abierto corazón.
Cacerola de teflón, volvé al estante…
De los muebles de las casas elegantes
Que las cocineras te van a extrañar.
Cacerola de teflón, a los bazares
O a sonar en los conciertos liberales
Como tantas veces te escuché sonar.


No te oí … En el puente de Kosteki y Santillán
No te oí por el ingenio en Tucumán
No te oí en los desalojos, ni en los barrios inundados … de este lado.
No te oi… En la esquina de Rosario que estalló
cuando el angel de la bici se cayó…


Y sus ángeles pequeños se quedaron sin comida.
Y jamás te oí en la vida repicar desde acá abajo
por un joven sin trabajo, a la deriva.
Debe ser que desde arriba, desde los pisos más altos
no se ve nunca el espanto y las heridas.


Cacerola de teflón, volvé al estante…
Yo me quedo en una marcha de estudiantes
donde vos nunca supiste resonar.
Cacerola de teflón, a los bazares
O a llenarte de los más ricos manjares
Que en la calle no se suelen encontrar.
Cacerola de teflón andá a c…ocinar


Letra y Música: Ignacio Copani

martes, 29 de abril de 2008

Cambios en el gabinete

Les dejo un pequeño texto que elaboré hace un par de semanas (aún "vivía" Lousteau, sepan disculpar).


Debido a los conflictos que viene atravesando en los últimos meses la Administración Cristina se están estudiando algunos cambios en la actual gestión.

1- Para negociar con el campo en el próximo paro del 02 de Mayo, el gobierno tiene un as bajo la manga. No va a enviar a negociar a Moreno, no va a mandar a Lousteau, ni a Alberto Fernandez. Va a mandar a alguien que está pidiendo hace rato una oportunidad, alguien que tiene méritos de sobra, alguien del pueblo, lo va a mandar a Ramon Diaz. Ramón va a ir a Gualeguaychu con algunos tanques por las dudas: el karateca Tula y Sebastián Mendez, por si se arma kilombo.

2- Para mejorar las relaciones internacionales se está pensando en un tipo que sepa idiomas, un tipo de mundo, con calle, alguien que pueda hablar de igual a igual de mujeres con Sarkozy, de fútbol con Berlusconi, o de bebidas con Bush. Parece que va a agarrar la cancillería el Coco Basile. Su inglés fluido, su elegancia, su Hair Recovery lo hacen apto para tomar el puesto, por las dudas Argentina ya está invirtiendo en su industria bélica.

3- Pero con Basile en la cancillería queda libre el puesto de DT de la Selección. Ramón no puede agarrar porque está ocupado con De Angelis, el Coco está en un cabaret en París con Sarkozy y Angela Merkel, Bianchi está todavía en la lista negra de Jabba The Hut, así que la Selección se encuentra en un estado de acefalía institucional. Así que para sanar una acefalía nada mejor que un cabezón, yo no le tengo mucha confianza pero bueno, la política es la política, y en una especie de Pacto de Olivos II lo mandan al Cabezón Duhalde a la Selección. De última ya nos estaba yendo mal en los mundiales hace mucho y zafamos de tener a Duhalde en un cargo político. Algo es algo.

4- En la Secretaría de Comercio van a reemplazar a Moreno por un comerciante de raza, un tal Daniel Alberto. En ceremonial y protocolo van a asumir el Tolo y el Bambino, en la Embajada de Paraguay y la Secretaría de Calvos, el Profe Cordoba. En medios en lugar de Albistur va ir Don Niembro, y a Defensa parece que va Mostaza Merlo, aunque está estudiando una propuesta de la cancillería de Basile, porque hace falta resolver un conflicto con Chile y necesitan a alguien que seduzca a Bachelet.

5- Si todos estos cambios no solucionan nada, si se va todo al carajo y siguen los conflictos, entonces va a asumir el G7. Pero ahí no se quejen eh, porque una vez que asume el grupo de los 7 no hay vuelta atrás. G7: Maradona, Vilas, el Beto Márcico, Gaudio, Sabatini, Bilardo y Walter Zafarian.
Nico.

lunes, 28 de abril de 2008

CARTA DE LECTOR

Hola gente les dejo una carta o reflexión que nos envió un lector de nuestro espacio.
Y ya saben, los lectores que quieran subir cosas al blog, no tienen más que pedirlo, nosotros estamos a favor de la libertad de expresión, salvo que no nos guste lo que digan, ja.

Tito.-

Hace un rato fui a cenar a lo de mi hermana. Mi cuñado, de 45 años y padre de mis cuatros sobrinos, trabajó muchos años para Macri. Atentos por favor digo Macri no Mauricio. Resulta que Macri lo fue llevando de empresa a empresa hasta que terminó en el Correo Argentino. Obviamente, ¿quién puede suponer que Macri es el número uno de los evasores y ladrones que se enriquecieron mientras veíamos crecer de manera alarmante el índice de pobreza en nuestro país? El que supone algo así, le aclaro que no es para nada PRO. ¿Debe ser lo menos, no ser PRO?... Cuestión que mi cuñado, al que quiero tanto, es PRO. Votó a Mauricio y está súper feliz que haya sido elegido como Jefe de Gobierno. Claro, se olvida que cuando el Correo quedó en licitación fue el Estado quien se hizo cargo y si no fuese por eso, él hubiese perdido su trabajo con cuatro hijos y con más o menos 40 años de edad. A pesar de esto, mi cuñado sigue siendo PRO.
Quiero resaltar que pertenece a la clase media, esa clase media desinformada o informada por el Grupo Clarín y otras grandes multinacionales. Sinceramente lo quiero a mi cuñado, como también a mis amigos PRO, a conocidos que me enviaron mails para que me ponga la remera verde en apoyo al campo y distintas iniciativas copadas e ingeniosas pero muy vacías de contenido. Por qué digo esto, porque siento que el “ser” argentino es ser egoísta, sectorial, y cuando entramos en crisis no sabemos para donde salir, pero cuando de a poco logramos salir sin involucrarnos demasiado "obviamente", juramos que somos distintos. Nos olvidamos de todo y de todos. Solamente nos interesa pertenecer a nuestro círculo que construimos. Por otra parte, la política es turbia, no solo acá, sino en todas partes del mundo. Luis D´Elia, Cristina y su gabinete no son unos santos, ¡pero un poco de conciencia!, Macri y Carrió, tampoco lo son. Como tampoco los "Extorsionadores" del campo que en vez de hacer una olla popular, tiraban la carne y la leche en las rutas.
¿Que se roba en la política? Mi respuesta es SEGURO que SI, pero no compremos la victimización de sectores que nunca se jugaron por nada, ni tampoco a los sometidos periodistas que la juegan de copados y libres y dicen lo que el director de turno les ordena. En fin, estoy en la casa de mi novia, ella está haciendo un laburito de la facu y yo compartiendo con ustedes algunos puntos de vista.

Mariano Atahualpa Pintos.-

Aclaración 1: respeto el voto POPULAR y creo sin lugar a dudas que el PRO ganó legítimamente y democráticamente en la Ciudad de Buenos Aires.
Aclaración 2: soy estudiante de Periodismo, trabajo en el Gremio de los Casinos Provinciales, soy chorro porque me he robado algún que otro cuaderno y útiles de la oficina para usar en la Universidad y soy ARGENTINO.

miércoles, 23 de abril de 2008

FREEDOM OF THE PRESS OR FREEDOM OF THE MARKET, THAT IS THE QUESTION

Lo realmente libre, lo independiente, lo que realmente vale la pena llamar así, es poco habitual en este mundo corrompido. Son pocos los actos que hoy en día se realizan de esta forma, teniendo en cuenta los interese políticos y económicos que marcan la agenda diaria, (¿y el libre mercado?, bueno si hay algo que no parece para nada libre es el famoso “libre mercado”).
Pero claro como el que escribe no es un pos-humanista, (aunque sospecho que empiezo inexorablemente, a transitar ese camino) creo que aun pueden existir actos libres de las personas, aunque esto les implique perder cosas personales y valederas.
Este es el caso de Claudio Diaz, periodista argentino con una vasta trayectoria. Diaz trabajó en radio, gráfica, (fue el jefe de redacción de la revista JotaPe, durante los 80. Esta revista la sostenían entre otros Rodolfo Galimberti y Patricia Bulrich, personas despreciables si las hay), televisión y escribió numeroso libros, entre ellos el famoso “Manual del Antiperonismo Ilustrado”. Hace 6 años, trabaja, (o trabajaba) en el suplemento Morón del diario Clarín, donde se desempeña como redactor.
A fines de Marzo la revista Veintitrés, le realizó una nota para que opinara sobre el conflicto Campo/Gobierno, y él de manera realmente independiente, critico duramente al grupo Clarín por el tratamiento que este grupo multimediático le había dado al tema. La respuesta a esto por parte del grupo, fue bajarlo de categoría en la redacción y prohibirle tomarse los días de vacaciones que le correspondían legalmente.
Ante está situación Díaz renuncio al diario y lo hizo escribiendo una carta a los altos mandos periodísticos del Diario, carta que citaré al terminar estas breves líneas, porque antes me voy a permitir una reflexión:
Resulta paradójico que el diario que se autoproclama como el verdaderamente independiente del país (¿o no es eso lo que dice Kirschbaum, en su editorial?) y que a partir de sus periodistas estrellas defiende la libertad de expresión como derecho fundamental del ser humano, reaccione de esa forma, ante un periodista que no hizo más que ejercer su libertad de opinar, ¿no?

Nota: Entiendo perfectamente que en el divorcio Clarín/Gobierno, existe algo más que una cuestión puramente ideológica, la inocencia la perdí hace rato. Aclaro esto, para que no me lo recuerden los “oficialofóbicos”.

Tito.-

Les dejo la carta en cuestión:

Este viernes será mi último día de trabajo en el querido Zonal Morón / Ituzaingó.

He tomado la decisión de renunciar al cargo de redactor que ejercía y, como es de rigor en estos casos, quiero despedirme de los amigos que gané durante mis siete años de permanencia en el diario y de los buenos compañeros con los que compartí muchas tardes entretenidas.

Pero no quiero irme sin antes explicarles, a ustedes y también a quienes ocupan los cargos jerárquicos de esta empresa, los motivos de mi retiro.

A fines de marzo la revista Veintitrés me pidió una opinión sobre el rol que cumplen los medios periodísticos y algunos intelectuales en la elaboración del discurso político actual.

Yo efectué una dura crítica a lo que se da en llamar el Grupo Clarín y acentué, particularmente, lo que a mi criterio había sido una clara manipulación informativa durante la cobertura del conflicto Gobierno vs. Campo, tanto por parte del diario como de Canal 13 y TN.

En este caso no hice más que expresar, libremente, la vergüenza que me provocó -como periodista pero también como simple ciudadano- el ejercicio “periodístico” del Planeta Clarín y sus satélites.

La reacción por parte de la empresa, como es de suponer, fue inmediata.

Y hasta la consideré razonable.

Es más: a uno de los colegas aludidos, Julio Blanck, le dí explicaciones acerca de por qué yo lo incluía en una lista de hombres de prensa que -desde mi punto de vista- sostienen un discurso “progresista” pero le terminan haciendo el juego al llamado establishment.

Hasta ahí todo bien.

Lo que siguió después es distinto.

Las autoridades editoriales (en este momento no se me ocurre otro término) le comunicaron a mis jefes que “de ahora en más” dejara de escribir la página 3 del Zonal (que se supone es la más “importante”) y que me limitara a hacer -es textual- “notas blandas”.

Una estupidez, realmente.

Pero pocas horas después se emitió otra orden: que no se me autorizara a tomar la totalidad de días de vacaciones adeudados, que había pedido para esta semana..

No dieron argumento alguno para justificar la negativa.

La verdad es que por ninguno de estos dos castigos tendría que haberme hecho mala sangre.

Sin embargo, dije “basta” y tomé la decisión de no seguir adelante con mi trabajo en el Zonal, harto del doble discurso de este diario, de su hipocresía, de pontificar en sus editoriales y notas de opinión una cosa para después hacer otra.

Es tanta la repugnancia que sentí por quienes posan como adalides de la libertad de expresión que me dije a mi mismo: “hasta aquí llegué”.

Quiero decir: hace más de 20 años que ejerzo el oficio de periodista; conozco perfectamente los condicionamientos que nos ponen para atenuar o directamente diluir nuestra vocación de contar y decir las cosas como uno cree que son, aun a riesgo de equivocarse.

En fin, en casi todos lados he comprobado (eso tan viejo pero siempre vigente) que una cosa es la libertad de prensa y otra la libertad de empresa.

Pero lo que viví en Clarín en los últimos tiempos superó todo… Gracias a Dios, ¡todavía tengo vergüenza!

Pero lo que ya no tengo es estómago para tragarme las cosas que hace este diario en nombre del periodismo.

A esta altura ya no puedo soportar tanto cinismo.

Como cuando desde un título o una nota se insiste en que no decrece el nivel del trabajo en negro y las condiciones laborales son cada vez más precarias, siendo que en todas las redacciones del Grupo se emplea a pasantes a los que se los explota de manera desvergonzada, obligándolos a hacer tareas de redactor por la misma paga que recibe un cadete, sin obra social ni vacaciones.

Es el mismo cinismo de despotricar contra la desocupación al tiempo que se lanzan a la calle nuevos productos sin contratar a trabajadores, duplicando y hasta triplicando el horario de los que ya están dentro de la maquinaria.

Es el mismo cinismo de presionar a redactores para que se conviertan en editores, bajo la promesa (falsa) de que “algún día” se les reconocerá la diferencia salarial.

Si, como se sostiene el martes 15 en la cotidiana carta del editor al lector, “son los medios y los periodistas los que deben regularse y actuar con responsabilidad democrática”, pues bien Sr. Kirschbaum, yo empiezo por esa tarea. Porque si Clarín tanto se rasga las vestiduras asegurando que respeta la libertad de expresión, ¿por qué sanciona a un periodista que vierte, ejercitando esa libertad de pensamiento, una opinión?

Tengo otras cosas para decirle a usted y a quienes lo secundan (si es que a esta altura todavía están leyendo…): la demonización que practica el diario a través de un “inocente” semáforo que cumple la misión de dividir al mundo en ángeles y demonios (según el interés ideológico o comercial del Grupo), ha llegado al nivel de un verdadero pasquín que nada tiene que envidiarle a las publicaciones partidarias.

Es peor todavía, porque éstas tienen la honestidad de reconocerse como expresiones de un partido político o de un espacio ideológico.

En cambio, Clarín se imprime bajo el infame rótulo de periodismo independiente…

En pos de engrosar la cuenta bancaria se ha perdido todo decoro.

Da la sensación de que los que se llaman periodistas o columnistas ya ni sienten un mínimo de pudor por haberse convertido en contadores del negocio mediático, desvividos por saber cuánto dinero ingresa a las arcas; lo único que les falta es salir con el camión de Juncadella.

Digo esto porque ha sido patética, en la misma carta del editor del martes 15, la reacción editorial contra otros medios periodísticos competidores que estarían atreviéndose a morder un pedazo del queso que el Grupo quiere deglutirse, como de costumbre, solito y solo, calificando a aquellos de miserables, travestidos y miembros de una jauría.

¡Después cuestionan a D’Elía o a Moyano por las palabras “ofensivas” que lanzan contra el periodismo independiente y democrático!

La mayoría de quienes me conocen saben de mi simpatía y hasta cierta militancia por el peronismo.

Pero también saben que no me une ningún tipo de relación con el gobierno, ni con su tan temido Observatorio de Medios, ni con los jóvenes de la Cámpora ni tampoco con sus “grupos de choque”.

La aclaración vale para que estén tranquilos y no piensen que durante estos siete años fui un agente infiltrado en el Zonal Morón.

Simplemente amo el trabajo periodístico, tengo pensamiento propio (aunque, qué le vamos a hacer…: no es el políticamente correcto) y un compromiso de honrar mi oficio.

A Ricardo Kirschbaum, a Ricardo Roa y a tantos otros que mandan les digo que estoy preparado para asumir lo que venga, porque no me extrañaría que las redacciones de otros medios empiecen a recibir llamados telefónicos pidiendo que se me prohíba trabajar de lo que soy.

Tan libre me siento, tan espiritualmente íntegro de poderles decir lo que les digo (aunque les resbale), que ya no me importa si la larga mano del Grupo le pone candado a mi futuro para no dejarme otra opción que trabajar como remisero o repositor de supermercado.

Me voy orgulloso de haber seguido aprendiendo lo que es vocación, oficio, dignidad y ejercicio responsable del buen periodismo.

Que me lo dieron los jefes de los zonales y un montón de amigos y compañeros a quienes no voy a nombrar para evitarles quedar marcados por mi cercanía afectiva.

Me voy avergonzado de la conducta de quienes deberían honrar el trabajo periodístico y no lo hacen.

CLAUDIO DIAZ

sábado, 19 de abril de 2008

CLAUSTRO


¿Qué se le pasa por la cabeza estos días a un pibe que estuvo en Cromañón y zafó?
Inquietud claustrofóbica la mía.

Loly

viernes, 18 de abril de 2008

OLORES

Los olores a uno le llegan siempre de distintas formas. Pueden ser fuertes, dulces, picantes, ricos u horribles. En la Argentina de hoy se empieza a oler, cada vez con más fuerza, un olorcito humeante a golpe.
Los golpes, a través de la historia siempre tuvieron el mismo olor, olor a inestabilidad política, olor a inflación, olor a medios de comunicación reaccionarios, olor a botas, y sobre todo olor a campo.
Cosa llamativa resulta, que los ingredientes de esta pócima golpista, siempre sean los mismos, aunque también llama la atención que ese olor inconfundible sea tan pocas veces reconocido, a tiempo, por los gobernantes electos de turno. Es tan evidente, espeso y humeante ese olor, que a uno se le irritan los ojos y la nariz, casi que el ambiente se vuelve irrespirable.
Y si una virtud tiene este olorcito nauseabundo, es que cuando aparece se termina llevando todo por delante, es prácticamente imparable. En plena marea “olorífica-demoledora”, es ayudado para cumplir sus objetivos por gurúes del mercado libre, periodistas de sonrisas maquiavélicas, pastores de la buenas costumbres y hasta asesinos a sueldo se bañan de este perfume y lo lucen para el que quiera olerlo.

La pregunta que surge a partir de esto es: ¿tendremos suficientes pañuelos para cuidarnos y repeler este olor?

Tito.-

ET come home

Después del artículo del editor general de Clarín, Kirchsbaum, no está demás contrastar esa visión con la del director de la carrera de Cs. de la Comunicación de la UBA, Alejandro Kaufman. Acá les copio el texto de la entrevista.

“Todos los días nos invaden los marcianos”

Alejandro Kaufman analiza la relación entre el sistema de medios y las formas que asumió la cobertura del lockout agrario, la creación de un observatorio y el rol de la Facultad de Ciencias Sociales. Advierte que “los medios hegemónicos no han revisado su propia historia reciente” y que “no puede haber libertad de expresión exenta de crítica a los medios”.

Por Javier Lorca
–¿Qué relación hay entre los modos que asumió la cobertura mediática del lockout agrario –en la que la Facultad de Ciencias Sociales advirtió discursos racistas y clasistas– y la particular constitución del sistema de medios argentino?
–La concentración del sistema de medios tiene como consecuencia que, aunque pueda ser importante el número de publicaciones gráficas, las dominantes abarcan la mayor parte del mercado. La centralidad porteña de los principales medios audiovisuales tiende a imponer a todo el país lo que sucede en Buenos Aires. También existe un estilo, una impronta cultural que considera la homogeneidad un valor, por lo que la monotonía de la agenda y su univocidad suelen ser lo común. En una situación de crisis, las consecuencias políticas e institucionales pueden ser gravísimas. Los medios hegemónicos no han revisado su propia historia reciente, sus comportamientos en la dictadura con respecto a la represión y la guerra de las Malvinas. El contexto democrático posdictatorial exige cambios en los medios, cambios que no han tenido lugar. Desde ya que no es el Estado el que podrá conducir esos cambios, sino la recuperación posdictatorial de la sociedad civil. Todo indica que falta mucho para ello.
–Después de las críticas formuladas por Ciencias Sociales a la cobertura del conflicto, ¿cómo analiza la reacción de la mayoría de los medios, más centrada en la función de un observatorio –y en cuestionar a la facultad– que en examinar si hubo o no expresiones y prácticas discriminatorias?
–Fue el consejo directivo de la facultad, órgano democrático de gobierno en una universidad pluralista con libertad de cátedra, el que consideró que era necesario poner un límite a los desbordes y excesos que se habían producido. Los medios hegemónicos exhibieron con naturalidad expresiones y actitudes incompatibles con la convivencia social, cuya continuidad o expansión sólo podrían llevar al desastre. Como los medios hegemónicos lucran con la inminencia de la catástrofe, se trata de una política mediática destinada a provocar pánico e inquietud en la población. Actúan como Orson Welles cuando hizo aquel radioteatro famoso sobre la invasión de los marcianos. Ahora hay deliberación o negligencia, porque se conocen los efectos de los grandes medios de comunicación. Todos los días nos invaden los marcianos. Entonces la reacción fue congruente con ello. No es que sectores de la sociedad se preocupen por la paz social o la convivencia, o el Gobierno por gobernar de un modo viable, sino que hay en ciernes una diabólica iniciativa para suprimir la libertad de expresión. Como tantas otras veces, en lugar de abrir un debate con argumentos, se prefiere la alarma, el escándalo y la demonización. Expresiones como la de la “garita mediática” lindan con la barbarie y la estolidez. Por suerte, incluso en los mismos multimedios, hubo actitudes mejores, más sensatas, que no se plegaron automáticamente al discurso que se procuró generalizar.
–¿Para qué puede servir un observatorio de medios construido desde el Estado? ¿Cómo evitar que sea un canal para el poder de gobierno circunstancial?
–La participación de las universidades públicas tiene como finalidad establecer cierta garantía de ecuanimidad, porque se basa en convocar a instituciones autónomas, con gobiernos propios, elegidos por los claustros, y objeto de discusión en las propias universidades. Los intentos gubernamentales de controlar a las universidades han requerido intervenir sobre ellas de maneras violentas. Esto no implica desconocer que la realidad política nacional influye en las universidades, como parte de la sociedad que son. De todos modos, la clave para evitar que un organismo semejante pudiera ser objeto de un uso espurio reside en la sociedad civil, en el ejercicio de las libertades civiles y la vigencia de los derechos humanos. Lo que ocurra con un observatorio construido desde el Estado depende de la situación del conjunto. Es importante que actividades de esta naturaleza tengan correlatos independientes del gobierno y del Estado, sin perjuicio de que confluyan diversas iniciativas públicas, sociales y privadas.
–¿Cómo conciliar la necesidad de una crítica al rol de los medios de comunicación con la libertad de expresión?
–La crítica al rol de los medios forma parte de la libertad de expresión. ¿Cómo podría ser de otra manera? No puede haber libertad de expresión exenta de crítica a los medios. Los medios elaboran un producto público, destinado a acceder a las conciencias de toda la población. Un observatorio observa lo mismo que todos los espectadores. La única diferencia es que lo observa con otra mirada, otra actitud, antes que nada sustraída a la fascinación que los medios inevitablemente producen. Como Ulises, el observatorio se propone atarse al palo mayor de la nave para no caer bajo el influjo seductor de las sirenas. Eso es lo que molesta tanto, que se difunda un discurso crítico, que la hegemonía inapelable de los medios se ponga en tela de juicio, que se haga desde afuera de ellos lo que la mayoría de ellos no hace, que es examinarse a sí mismos. Una libertad de expresión anclada en la libertad de las empresas concentradas dista mucho de garantizar el ejercicio pleno de ese derecho básico. Resulta llamativo que se sientan vigilados porque alguien los va a mirar de otro modo que el que ellos prescriben. Es eso lo que rechazan, que alguien, legitimado por instituciones destinadas a proteger derechos instale una discusión sobre las formas y los significados concernientes a los medios. Debería sorprender que se llame vigilancia a la observación de lo que está a la vista. Me recuerda al relato del rey desnudo. Piden que guarde silencio el niño que revela su desnudez, por otra parte a la vista de todos, estupefactos ante la intimidación que imponía el disimulo de lo obvio. Es evidente que los medios hegemónicos ejercen acciones cuestionables sobre el público, pero siempre es más fácil participar del consenso presunto, de la sensación de que nos hablan a todos y de que todos hablamos por ellos. Hay que vencer ese círculo vicioso, y permitir y permitirse la crítica.
–La intervención de la facultad fue interpretada, desde diversos sectores, como un apoyo político al oficialismo. ¿Puede intervenir la universidad en la realidad sin que su intervención sea reducida a –o descalificada por– un tomar partido en la dicotomía con que se planteó el conflicto?
–Se interpreta como apoyo al oficialismo cualquier actitud que no coincida con el temperamento muy extendido en la cultura política de estos años de ejercer una oposición paranoica contra el Gobierno. Contextualicemos. Hay dos palabras que en el lenguaje argentino de la posdictadura quedaron canceladas: “errores” y “excesos”. Después de tanto esfuerzo por refutar el uso que hizo la dictadura de esas palabras para encubrir sus atrocidades, pareciera que esas palabras ya no se pueden usar. Si decimos de cualquiera que ha cometido errores o excesos en lo que sea, nos suena como si estuviéramos repitiendo el argumento de la dictadura. Estoy simplificando, pero es algo que ocurre hasta cierto punto. Como no se pueden usar esas palabras, hemos quedado reducidos al blanco y al negro. Si alguien se equivoca o se excede es porque encubre atrocidades. Si no encubre atrocidades, entonces pertenece al bien puro. “Kirchner”, cada uno de sus errores y excesos, es lo mismo que Hitler, pero sin campos de concentración, como dijo en su momento Carrió, y habría que recordar a cada minuto, por lo inconmensurable que es el daño causado con esas palabras, no sólo en el momento en que fueron dichas, sino porque el conjunto de su descripción del Gobierno es fiel a esas palabras. Se ha producido una atmósfera por la cual la foto de un reloj en la muñeca de la Presidenta es lo mismo que una montaña de dientes de oro amontonados en Auschwitz. En esta homología icónica reside el poder de los medios, sistemáticamente utilizado por sectores de la oposición. De esta manera, nos vemos en dificultades para decir que la declaración de Cristina sobre Sábat fue un error, y que la intervención de D’Elía en Plaza de Mayo fue un exceso, sin que se tenga la sensación de que estamos disculpando algo que en realidad corresponde por un lado a un anuncio de represión de la Gestapo y, por otro lado, a una acción de las tropas de asalto de las SA. Con esto solo no podríamos garantizar que alguna de estas cosas no sucedan en el futuro o en otras circunstancias. Pero no están sucediendo ni hay ningún indicio de que estén sucediendo. En cambio, se las describe como si fueran inequívocas. El error de Cristina acerca de Sábat fue criticado en forma precisa y severa por varios de los principales columnistas de Página/12, con argumentos muchísimo mejores que la mayoría de los que se exhibieron desde la oposición.
–¿Cómo analiza la particular relación del gobierno kirchnerista con los medios?
–La actitud del Gobierno es reactiva, frente a una oposición que prefiere la difamación, la inducción de la histeria colectiva y el pánico destituyente antes que la confrontación política argumentativa y crítica. Esto no implica que el Gobierno tenga en su haber la virtud de la racionalidad política ni mucho menos, pero ha mostrado en estos años más sensatez que algunos de sus adversarios. En lugar de limitarse a acusarlos por no dar conferencias de prensa habría que interrogarse y reflexionar sobre la historia reciente de los medios y sus relaciones con la política. Después de años de horror dictatorial, frivolidad farandulesca en el menemismo y finalmente la crisis terminal del 2001, lo que ahora está ocurriendo no puede menos que abrir interrogantes sobre esas terribles experiencias. Quien quisiera superarlas debería hacer algo más que dedicarse a destituir al kirchnerismo. No reivindico las interpelaciones directas a empresas y periodistas como método, dado que son una consecuencia de la historia reciente. Hay demasiados periodistas y modalidades comunicacionales que fueron parte de la dictadura, y que cada vez que pueden la reivindican de un modo u otro. Esos sectores, mucho más amplios de lo que podría suponerse, odian visceralmente al Gobierno por lo que tiene de divergente de la dictadura y del menemismo, no por lo contrario. Lo odian por lo que tiene de redistributivo, justiciero, defensor de los derechos humanos, no porque no sea republicano. ¿Debo aclarar que no soy ni me siento “kirchnerista”? Solo un contexto de polarizaciones y distinciones binarias genera una situación casi insoportable, en la que si no se comparten las demonizaciones corrientes del Gobierno, entonces se cae bajo la sospecha de una complicidad con no se sabe qué cosas tremendas. ¿Esa restricción conceptual no es totalitaria al fin de cuentas?

Fuente: Página/12, 13/04/08

Loly

martes, 15 de abril de 2008

Yo digo, tú dices, él dice..

Hoy en la clase del TAO (Taller Anual de la Orientación en Políticas y Planificación), el titular de cátedra, Washington Uranga, habló brevemente del comunicado(s) que difundió la Facultad de Ciencias Sociales acerca del lock out del campo y de las repercusiones que tuvo en los medios y posteriores opiniones. Y sugirió la lectura de esta nota sin hacer ningún comentario.

Hipotética consigna de parcial
Material: Nota De antinomias y oportunistas de Ricardo Kirschbaum
Analizar la situación de comunicación planteada en el artículo teniendo en cuenta las siguientes referencias/tensiones: rol de los medios y /o comunicadores en general, rol de las instituciones académicas competentes (voz de autoridad), responsabilidades de cada actor, concepción para cada actor del contexto social y cultural.

De antinomias y oportunistas

Por: Ricardo Kirschbaum (rkirschbaum@clarin.com)
Fuente: EDITOR GENERAL DE CLARIN
Fecha: 15 de abril 2008

Desde que Cristina Kirchner criticó a Clarín y al genial Hermenegildo Sábat, se desató una feroz campaña contra este diario. Que reconoce, al menos, dos vertientes: una de inspiración oficial que alienta a todos sus voceros a atacar a Clarín. Y otra paraoficial, aunque se presente como independiente.
Que el Gobierno esté enojado no es algo novedoso ni algo inédito. En todas las épocas hubo presiones oficiales sobre el periodismo. Clarín ha sido blanco de críticas y de campañas punitivas, como aquel ataque de una patota sindical a la redacción y el frustrado intento de hacer volar la planta impresora en 1973. ¿Cómo no preocuparse, ahora, cuando sectores sindicales anuncian que bloquearán el diario?
Con la recuperación de la democracia, el periodismo pudo ensanchar su espacio de libertad y los sucesivos gobiernos construir una relación con los medios. Los errores que el periodismo ha cometido y comete deben ser corregidos con la aplicación de pautas propias de la profesión. Son los medios y los periodistas los que deben regularse y actuar con responsabilidad democrática. Y el mejor fiscal es el lector de cada día. Nunca se ha arreglado nada con operaciones políticas y artilugios legales que terminan inexorablemente explotando en las manos de sus promotores.
La polarización que se está produciendo en la sociedad es un síntoma preocupante. La antinomia que ha dividido a los argentinos se está corporizando de nuevo y crea un clima de tensión que debe ser disipado con energía. La crispación y la confrontación permanentes como método de acción política excluyen otras fórmulas propias de la democracia: negociación, consenso, concertación, diálogo.
Esto último no vale sólo para el oficialismo. También le cabe a la oposición, que ahora busca unirse. Un reconocimiento de su debilidad y, en cierta medida, de su impotencia. El Gobierno y las organizaciones del campo han vuelto al diálogo y eso es auspicioso si se busca de verdad un acuerdo que devuelva la armonía.
Una sociedad dividida no deja espacio para la libertad ni para la reflexión. Desde Clarín hemos impulsado eso: apoyar lo que creemos que está bien y criticar aquello que vemos mal. Es nuestra función, aun cuando malintencionados nos califiquen, alternativamente, de oficialistas u opositores tratando de llevar agua a sus molinos.
Este afán de polarizar conduce a una trampa y consiste en que sólo es posible la sumisión o la oposición. Entre esos polos, la independencia periodística pierde su batalla todos los días.
Hay otros actores en esta campaña, actores menores y, si se quiere, miserables. Una jauría que se ha lanzado a tratar de morder algo del mercado que tiene Clarín. Son plagiarios de otros que, al menos, demostraron alguna originalidad. Y que, envueltos en supuestos grandes principios, sólo reproducen argumentos oficiales aunque digan que defienden el libre mercado. Mendigan un poco de difusión y venta porque los lectores no los eligen. Y se proclaman opositores, independientes, originales, cuando son apenas travestidos.

Loly

domingo, 13 de abril de 2008

CONDUCCIÓN CONDUCCIÓN, JEFE GORGORY Y PERÓN


Hoy leí que un diputado pidió que se censurara a un capítulo de Los Simpson porque en él se lo llamaba dictador a Perón, y no sólo eso, también que en su gobierno desaparecía gente, como si Perón hubiese sido presidente durante la última dictadura.
Tres cosas: la primera, Los Simpson es la mejor serie de la historia de la TV mundial, la segunda, que eso pase en una serie norteamericana delata la ignorancia con que los estadounidenses miran al resto del mundo, la tercera: desde hace algunos años Los Simpson bajaron notablemente la calidad de sus guiones, recuerdo el capítulo que van a Brasil que es de un racismo absoluto, tal vez este percance, responda a eso.
Para terminar les dejo lo que levanté de Yahoo al respecto y decir que aunque lo que se diga en ese capítulo sea mentira no estoy de acuerdo a que se censure, eso dejémoselos a los que hacían desaparecer gente de verdad.

Tito.-

Lorenzo Pepe --legislador por el oficialista Partido Justicialista-- pidió al Comité Federal de Radiodifusión (COMFER) que evite la difusión de ese capítulo en el país sudamericano.
En el episodio, no sólo se alude a Perón como cabeza de una dictadura militar, sino que además se asegura que durante su gobierno hubo 'desapariciones' de personas, indicó el legislador.
"Fueron muchos años sufriendo el exilio, por favor, le pido públicamente al titular del COMFER que arbitre las medidas para evitar que se siga envenenando a esta sociedad", sostuvo el también secretario del Instituto Juan Perón.
La presentación guarda relación con un capítulo en el que el personaje de Carl Carlson hace referencia al fundador del movimiento político más importante de Argentina, aunque sin mencionar al país sudamericano.
"Realmente me gustaría una dictadura militar como la de Juan Perón. Cuando él te desaparecía, tú te mantenías desaparecido", sostiene Carl en un diálogo con Lenny, mezclando los gobiernos peronistas con una de las más trágicas violaciones a los derechos humanos durante el último régimen militar (1976/83).
Lenny termina el diálogo con una acotación desopilante: "Además, su esposa era Madonna", en alusión a la comedia musical y superproducción hollywoodense "Evita", en la que la cantante personificaba a Eva Duarte de Perón.
"Los Simpson" --que llevan 18 años en la televisión-- narran la vida de una familia de Springfield integrada por Homero, su esposa Marge, y los niños Bart, Lisa, y Maggie.

lunes, 7 de abril de 2008

LA CASA DE MAFALDA


Bueno, es hora de distendernos un rato. No se si sabían que en la legislatura hay un proyecto de ley para que se coloque una placa recordatoria en la casa donde “vivió” Mafalda. La dirección es Chile 371 en San Telmo. Más info en: http://lacasademafalda.blogspot.com/

Gastón

jueves, 3 de abril de 2008

18...

18 años parecen mucho, o uno se piensa cuando tiene 18 años que son muchos. Y bueno tampoco hay que juzgar a los chicos que hoy tienen 18 años, todos tuvimos 18 alguna vez. Nos sentíamos re grandes, pensamos que podemos hacer cualquier cosa, que nada nos puede parar, que todo nos chupa un huevo, o para decirlo más claramente, que todo lo que nos dicen la gente más grande nos chupa bien un huevo.
Y es normal, si en general ya terminamos el colegio, si en general ya sabemos lo que es querer a alguien, si en general ya sabemos lo que son un par de tetas en vivo y en directo, si en general ya leímos un par de libros, si en general ya nos tomamos mil cervezas, si en general…
Pero claro las cosas no siempre son lo que parecen., porque si lo pensamos bien 18 años son bastante pocos, más bien poquísimos, casi que a los 18 todavía somos chicos. Porque no me van a decir que uno a los 18 tiene que irse a cagarse de frío al culo del mundo por la estupidez ajena, o a seguir las ordenes de un asesino a sueldo que encima después resulto ser un cobarde, o a embarcarse en una guerra estúpida por los afanes continuistas de un genocida medio borracho, o a quedarse rengo para después tener que andar mendigando en los trenes pidiendo un poco de justicia, o a morirse como un perro por una causa que estaba perdida antes de empezar.
Definitivamente ahora que lo pienso bien, 18 años son pocos, muy pocos, casi nada. A esa edad nadie se tendría que morir por nada y menos por aquella infamia.

Tito.-

TIZAS MANCHADAS CON SANGRE


En este mundo en el que todos los valores están dados vuelta. En el que los negocios mas rentables son la venta de armas, el narcotráfico y la tráfico de personas. Este mundo que hace que aquellos que hacen bien un deporte, cantan bien, actúan bien (o no) ganen millones de dólares y aquellos que le hacen un gran aporte a la humanidad como los médicos, maestros, bomberos, enfermeros, y cierta clase de científicos, apenas ganen para comer. En este mundo donde todo esta tan podrido, yo me pregunto: ¿Para cuando el próximo diluvio?.

Gastón


Una fusilación argentina Por Osvaldo Bayer


Ahora, los argentinos asesinamos a maestros. Después de la célebre “desaparición de personas”, llamada la “Muerte Argentina”, nos gusta el detalle y nos especializamos en docentes. Un ejemplo para el mundo. Sí, la verdad que somos originales, no sólo podemos mostrar a la faz de la tierra un ejemplar de nuestro orgullo, como Maradona, sino también esto: reprimir con tiros por la espalda a docentes. Porque sí, en todo el mundo se reprime a los movimientos del pueblo, sin ninguna duda, pero cuesta encontrar justamente esto de reprimir a docentes. Ya teníamos un campeón en esto, Romero, el de Salta, a quien dedicamos más de una contratapa, con sus antecedentes de meterles agua fría, gases y balazos de goma. Y que pedimos más de una vez a los intelectuales peronistas que iniciaron un movimiento de criticar con dolor esta aberración. Y que pidieran a su partido la expulsión de ese ofensor de las leyes no escritas de la Etica en el trato para los segundos padres de nuestros hijos. No, no lo hicieron y ahora vuelve a repetirlo, otra vez, el gobernador Romero. Es su especialidad. Pensar esto en la tierra de la música y los cantares. Salta. Qué increíble. Pero hay alguien que ha querido superarlo. Sobisch se llama. Y batió el record. Mató al mejor. Fuentealba. Fuente Alba. Sobisch le ganó al maestro Fuente Alba. Tiro en la nuca y ya está. Puso en primera fila a su mejor representante: el cabo primero José Darío Poblete, con los mejores títulos como antecedentes: torturador conocido que no se privaba de nada, hasta le pegaba a su mujer. La vanguardia del ejército de Sobisch. Historia de la crueldad argentina.
¿Y por qué no puede hacer eso, Sobisch? ¿Acaso Yrigoyen no reprimió a balazo limpio a los peones rurales patagónicos, a los obreros que pedían las ocho horas de trabajo de la Semana Trágica, y a los hacheros de La Forestal? ¿Y los radicales dijeron algo, acaso? No, de eso no se habla. Alfonsín respondió a la televisión española sobre las huelgas patagónicas: “No me consta”. Ya está. Hay que mirar para adelante. ¿Y qué hicimos los argentinos cuando a uno de nuestros peores criminales sonrientes, el general Bussi, le permitimos presentarse en democracia, sí, en democracia, a elecciones y, peor aún, lo eligió gobernador el pueblo de Tucumán? ¿Quién es más culpable, el pueblo –no todos por supuesto, pero sí la mayoría que lo votó– de Tucumán o Bussi? ¿Y quiénes votaron a Sobisch? ¿Sabiendo cómo piensa desde siempre y conociendo sus lineamientos absolutamente basados en la ley del más fuerte y del más codicioso? ¿Tiene la culpa Sobisch o la mayoría del pueblo neuquino que lo eligió? ¿A pesar de haber escuchado durante décadas en esas latitudes a ese ser inigualable en su grandeza y generosidad: el obispo De Nevares? En todos sus mensajes De Nevares alertó sobre la violencia del poder que siempre, siempre, en la historia fue contestada por la rebeldía de los justos. Sobisch y Romero siguieron la línea marcada por Rico, Patti, Bussi, Blumberg, y ahora tienen esa realidad. Entonces, la bala como solución. La misma solución que apoyan suavemente por ahora, candidatos que se fotografían sonrientes con pobres niñas de las villas miseria.
Para salvarse, Sobisch redactó esa solicitada lamentable donde se nos aparece con la teoría de los dos demonios: compara a Fuente Alba con los dos policías muertos por malhechores en el Gran Buenos Aires. No, eso es fácil. Sí, es la famosa teoría de los dos demonios con la que los legisladores de la Obediencia Debida y Punto Final quisieron interpretar todo. Dos demonios. Nunca más pero mirando hacia delante.

El justificativo de Sobisch es demasiado ingenuo para creérselo. Compara, como decimos, al docente Fuente Alba con los dos policías muertos por malhechores. Justamente es todo lo contrario: los dos policías fueron muertos por la violencia producida por el sistema, donde hay desigualdades extremas como en nuestra Argentina, en la que hay miles de adolescentes criados en el hambre y la desocupación (¡qué violencia es ésa, la peor y las más injusta de todas!). Siempre va a haber delincuentes en un sistema de reparto injusto. Hemos tenido siempre, en este sistema, una policía que reprime a los violentos de la pobreza, pero esa policía se prosterna ante los poderosos y acepta sus dádivas por la espalda. Nadie aprueba que un joven salido de la miseria mate a un policía, pero es algo que va a ocurrir siempre en una sociedad y en un mundo que favorece al que ostenta el poder –en todas sus formas– y humilla al humilde. Dice Sobisch, estableciendo una interpretación sociológica salida de los corrillos de Wall Street: “Me duele la muerte del docente neuquino a manos de un policía. También me duele la muerte de los dos policías, en Caballito y Saavedra el día 9 de abril, a manos de delincuentes”. Claro, así es fácil. A todos nos duele la muerte. ¿Pero qué tiene que ver una cosa con la otra? El la usa como contrapartida. Es decir, compara la víctima de un lado los homicidas del otro. Como diciendo sí, está esto, pero fíjense, está también aquello. Es decir, que tendríamos que cerrar esos casos y decir: sí es cierto, por eso unámonos, miremos hacia adelante y recemos.
No, no es así. Fuente Alba fue a reclamar por algo que tiene que ser la base de todo respeto en nuestra sociedad: la dignidad de los que enseñan a las nuevas generaciones.
La bella gente: los docentes. Una sociedad que humilla a sus docentes es una sociedad hipócrita, sórdida, usurera. Es la que tiene como ídolos y admira con sonrisa abierta a los verdaderos triunfadores de esta sociedad capitalista, de los que ayer se publicaron sus fortunas: el mexicano Carlos Slim, metido en los negocios telefónicos de la Argentina, declaró una fortuna de 53.100 millones de dólares, apenas un poquito menos que Bill Gates. Y sigue la lista. Cerremos los ojos y pensemos lo que significa esa cantidad de dinero. Mientras tanto, millones de niños tienen hambre, millones de seres humanos no tienen trabajo, se los humilla hasta el hartazgo a nuestros docentes, el mundo se envenena cada vez más con la producción irracional y Bush sigue matando niños en Irak, los fabricantes de armas sonríen ante las ganancias. Sobisch cree que esto es la democracia y procede así. Sobisch, educado en el colegio de los salesianos, el Don Bosco. Este último dato ya como ironía siniestra, o no.
La muerte del maestro por un sicario bestial que se debe haber sentido muy importante cuando recibió la orden de reprimir, supera como símbolo todo lo más deleznable. No puede haber nada más simbólico de lo abyecto. Ojalá inspire a nuestros artistas de formas e imágenes, sólo ellos pueden representar el más inmenso dolor humano. Las palabras no alcanzan.
No, el pueblo de Neuquén no puede permitir seguir siendo "gobernado" por Sobisch, tiene que decirle definitivamente que se vaya. Jugó, en su propia sed desmesurada de poder; se sintió el que maneja todas las teclas, y perdió para siempre.
Usted, Sobisch, asesinó al mejor maestro. El último proyecto de ese maestro fue llevar la escuela a los albañiles. Mientras los magnates viajan en autos cada vez más pesados que envenenan más y más el ambiente, Fuente Alba quería llevar la escuela a los albañiles. Sueños.
Sueños, sí, pero peligrosos. Mejor meterle un tiro en la nuca.
Una fusilación argentina. En tierras patagónicas. No aprendimos nada. Fusilamos a las peonadas en 1921, los gauchos de la tierra. Ahora, a los docentes. Y así herimos en el alma a nuestros propios niños. Sobisch no puede seguir. Si continuara sería una inmoralidad. El pueblo neuquino no puede vivir en la inmoralidad. Tiene que inundar las calles con la protesta noble. Las palabras y los pasos. Y enlazando con cada uno de sus brazos los brazos de un docente de Neuquén, de Salta, de Santa Cruz.

martes, 1 de abril de 2008

GENERATION LOGO

Siguiendo la tónica de Loli de subir artículos periodísticos escritos por gente de nivel, me permito subir uno excelente que J. P. Feinmann publicó en Página/12 el domingo 30 de marzo. Al igual que Loli espero sus opinones para después poner las mías. Sólo decir, la para nada sana envidia que me da, lo bien y claro que escribe Feinmann.

Tito.-


El logos de Cristina F.

Las polémicas son sanas hasta cierto punto. Después, llega un momento en que uno se dice: “Ya no vale la pena: ni yo lo voy a cambiar ni a modificar en algo a fulan@ ni él (ella) me va a modificar a mí”. Luego de cruzarnos un par de veces en los setenta (cuando los dos éramos militantes en algún grupo del peronismo o cercano a él), luego de haber sido jurados en un concurso de cuentos sobre derechos humanos a comienzos del ’84, luego de haber participado en un congreso en Maryland sobre la recuperación de la democracia y de haber ido a escuchar buen jazz en Georgetown, luego de haber tenido una conversación en la confitería La Opera en 1989, luego de que me invitara y yo gustosamente fuera a un aniversario de Punto de Vista en 1998, y también: luego de haber compartido muchas cosas, mi alejamiento con Beatriz Sarlo fue cada vez mayor. Mis diferencias no provienen de sus modalidades personales: a mí me gusta cómo es Beatriz, ese tono medio rioba que tiene, su humor, su erudición, su inteligencia. Recuerdo una noche –creo que del ’94– en que Alfaguara presentó los cuentos completos de Cortázar en el ICI, tocó el piano Gandini y, no bien se fue, me atreví y toqué yo. Recuerdo a Filippeli que, hacia el final, me pidió: “Tocá ‘El hombre que amo’, José”. Y hasta recuerdo que me sorprendió que me pidiera justo la canción de Gershwin que más me gusta y que mejor solía tocar. Pero: la cosa es ya difícil, porque todo eso quedó atrás. Aclaro: esto no es una polémica. Sólo quiero decir, antes de marcar mis duras diferencias con un artículo que publicó en La Nación, todo lo que nos unió, los lugares similares de los que venimos, y que, en rigor, debiéramos poder dialogar y hasta ser medio amigos. Pero Beatriz se ha ido tan lejos, se ha llenado de tantos odios, se ha ido tan a la derecha y a sus medios, que son poderosos, que sólo falta que se aparezca en Rosario junto a Vargas Llosa. Ella, que insistía desde Punto de Vista en definirse constantemente como “una intelectual de izquierda”, ya no es sólo un cuadro intelectual de la derecha, ya es un cuadro de la oligarquía, una militante agraria. O lo fue la noche en que se entremezcló con las señoras de las exquisitas cacerolas, las cacerolas VIP, para aconsejarlas.
La cosa es que en un artículo del 27 de marzo, como columnista de La Nación, escribió que los cacerolistas del campo fueron agredidos por el peronismo. Es una pena que una mujer de la inteligencia de Sarlo se encrespe tanto, se enfurezca con el peronismo y se convierta en una antiperonista, camino del que no se retorna, porque el antiperonismo es el atajo más efectivo para terminar en la derecha, rodeado por lo más reaccionario del país. Si leyera el Suplemento sobre peronismo que publico en este diario –posiblemente lo lea– vería cómo un tipo que fue peronista puede hoy no serlo pero sin pasarse al bando gorila. Se puede ser un peronista desgarrado, con montones de ilusiones rotas encima, con pocas ilusiones nuevas, pero no un gorila: eso creo ser yo. (Aunque para muchos peronistas sea un gorila, así es este país. Hay un libro que se llama: Manual del antiperonismo ilustrado. Ese, entre otros, sería yo. El tipo me llena de insultos. Algunos son muy ingeniosos.) Un peronista que poco cree en Perón pero no niega que eso que llama “la gran novela del peronismo” es mucho más que él y que vale la pena narrarla, de tanta pasión, de tanta tragedia que hay ahí. Pero gorila, y desde los medios del antiperonismo tradicional, desde los medios del poder agrícola, desde los medios de las grandes corporaciones, no, nunca. Es difícil, pero es posible. Sé que me dicen “kirchnerista” y Kirchner sabe que no lo soy, y eso a veces le da una bronca considerable y a veces, creo, me tiene estima. (Si es que tiene tiempo para pensar en mí.) Pero vamos al texto de Sarlo: Se presenta como una veterana de las manifestaciones, cosa que es. Sarlo ha sido, desde las movilizaciones revolucionarias de los setenta hasta los cacerolazos VIP de hoy, una experta en movilizaciones. Al serlo, está capacitada para orientar a estos nuevos, iracundos, representantes del descontento social. Le dice, entonces, “a una señora que caminaba con su cacerola y con su hija de seis o siete años” que se vaya porque “van a empezar las piñas”. “La señora quedó estupefacta.” ¿Cómo, nos van a pegar a nosotros? Y sí, señora, habría que decirle, pues Sarlo no parece habérselo dicho, eso puede pasar en una manifestación. Usted, ante todo, no tendría que haber traído a su hija de “seis o siete años” porque en cualquier momento se aparecen unos negros peronistas y les rompen la jeta a usted y a su hijita. ¿O no se lo han dicho? Estos gronchos, querida, son capaces de todo. Por ahí, la volvés a encontrar dentro de cinco años laburando de prostituta en una villa.
Sarlo sabe de lo que habla. Yo también respeté excesivamente (es decir, les tuve miedo) a las patotas de la Juventud Sindical y del CdeO en los setenta, que eran durísimas, que ejercían el peor matonaje. Los peronistas vienen de abajo. Si el peronismo nunca “se porta bien” es porque representa, desde Perón y Eva, a la negritud de este país, a los cabecitas, a los grasitas, a los que les armó sindicatos, y esta gente, vea, tiene malos modales: si, por ejemplo, ven a una señora, con una nena, golpeando una cacerola Marmicoc con un cucharón de bronce se van a enfurecer. Seguro que le afanan la cacerola Marmicoc y, ya se sabe, a la nena también. Pero Sarlo debió haberle dicho a la señora que había unos cuantos neonazis en la manifestación. Y que esos fuertes chicos de Belgrano y Recoleta acaso pondrían en su lugar a los negros de la provocación. A quienes Sarlo enfrentó y les dijo en la cara: “Esto es una provocación”. Ahora, ¿lo otro no es una provocación? Cortar las rutas, cuando las cortan los agraristas, no es una provocación. Pero no: no pienso ir por aquí. Sigamos: Sarlo encuentra a otra señora (o la inventa, un recurso literario válido) y le hace decir que Cristina F. no fue “una dirigente política en su juventud”. (¿Alguna prueba de esto, Sarlo, o sólo el valiente testimonio agro-gorila de la señora?) “Porque”, sigue la señora que cita Sarlo, “a los de la JP había que ganarles una discusión”. Ya lo creo, señora: y tanto, que, en lugar de discutir, porque sabían que perdían, al final los mataron a todos, a los clandestinos, a los de superficie, a los hermanos, a los primos, a los que alfabetizaban en las villas, a los que pintaban casas de pobres, a los obreros de las comisiones internas, se les quedaron con los hijos, etc. Todo por no poder discutir con ellos. En cambio, Cristina F. sobrevivió. ¿Saben por qué? La señora agro-gorila (que habla por medio de la pluma de Sarlo) tiene la respuesta: “porque esta mujer nunca le ganó a nadie una discusión mano a mano”. ¡Claro! Por eso los militares la dejaron viva.
Me apena, Beatriz, y me da bronca también que tu gorilismo haga de mí forzosamente un peronista. Porque ya no quiero serlo. Me gustaría ir más allá. Avanzar, pero sobre esa base, eh. No negándola neuróticamente. En la Argentina, un partido de centroizquierda (que es lo más que podríamos lograr, y no la reforma agraria como piden los eternos despistados) no debiera desconocer algunas cosas que el peronismo hizo, y debiera abominar de otras: del Perón que puso a Villar (asesino educado por los paras franceses, formado para la tortura en la Escuela de las Américas, el que rompió con una tanqueta las puertas del PJ en donde eran velados los muertos de la masacre de Trelew) en la Jefatura de Policía, del Perón que pidió que ficharan a la periodista Ana Guzzeti porque le había hecho una pregunta incómoda ¡en una conferencia de prensa! (¿Ves? Será por eso que K no las hacía. A ver si le surgía el Perón que todos llevan dentro y pedía que lo ficharan a Morales Solá.) Pero eso es lo que me molesta de los gorilas: son tan cerradamente antiperonistas, tan intolerables en su odio de clase o en la negación de su pasado, que la creatividad se les torna imposible. (Sarlo ha dicho que reniega de todo lo que escribió antes de 1980, creo que ésa era la fecha, cito de memoria, ¿cómo es posible eso, cómo es posible cercenarse así? ¿Por qué, porque acompañó al peronismo en ciertos trechos, porque estuvo en el PCR apoyando a Isabel pero con la comprensible actitud de bloquear el golpe?) El gorila te obliga a defender al peronismo. Porque te das cuenta en seguida de lo que siempre está detrás del gorila: nosotros, te dicen, no somos ellos; no somos los negros, las clases inferiores, la barbarie que describió Sarmiento. Somos cultos, somos blancos, somos educados y si no lo entienden los vamos a matar a todos de nuevo. Porque también –desde Ambrosio Sandes, Paunero e Irrazábal hasta Videla– somos los que mejor y más hemos liquidado gente en la Argentina. El primer peronismo, señores, con todo lo autoritario y enemigo de la democracia que fue, tuvo un solo, lamentable muerto: Ingalinella. Después vino la Triple A: que mató peronistas, a Troxler, a Atilio López y a valiosos hombres de la izquierda como Silvio Frondizi. Pero sobre todo: peronistas, cuadros de la JP, clandestinos y de superficie. Pero la patria agraria y financiera que respaldó a Videla y Martínez de Hoz arrasó con una generación completa. Estoy harto de discutir con gorilas, Beatriz: no quiero defender al peronismo. Quiero pensarlo. El gorila, con su odio, te impide pensar.
En cuanto a Cristina F., Sarlo dice, con frialdad, que “se dice” que “habla bien”. Reconoce que habla “de corrido”, que no vacila y que no se confunde “con los tiempos de los verbos”. Eso solo, Beatriz, haría de Cristina F. uno de los presidentes o de los políticos más insólitos de nuestra historia. Pero discrepo con Sarlo: Cristina F. no habla bien por no confundir los tiempos de los verbos, habla bien porque dice verdades que pocos se atreven a decir. Porque tiene razón es que habla bien. Porque hoy, ante este semigolpe institucional, ante este odio de clase, ante esta bronca que le tienen a este gobierno (sobre todo, como bien dice ella, por su política de derechos humanos), que los proto-golpistas califican de “revanchista”, “montonero” y “terrorista”, elementos de los que dicen se compone, la Presidenta no se amedrenta y les dice a los agro-piqueteros que son los “piquetes de la abundancia”. Y algo impecable, de una enorme justeza para definir la “tragedia” de los grandes productores (los pequeños es otro asunto que habrá que diferenciar): que el problema que tienen, dice Cristina F., la causa por la que luchan, reside en que si tienen tres 4x4 jamás aceptarán el despojo de tener sólo dos. Por eso habla bien Cristina F. Porque habla instrumentando el sentido que los griegos y toda la tradición de la filosofía de Occidente hasta Heidegger da a la palabra logos. Logos es pensamiento, concepto, discurso, razón. Y, muy especialmente para el tema que tratamos, logos es inteligencia. ¡Esto es un escándalo! El agro-golpismo, los ilustrados de la derecha y hasta los malhablados de las radios enfrentan hoy a una peronista que no sólo es inteligente, sino, además, mujer. Este “escándalo” los tiene locos. No lo pueden tolerar. Cristina F. tendrá que usar largamente su logos para que lo toleren, para que lo entiendan. De ahí, no de ellos, surgirá la estabilidad y la fuerza de la democracia argentina.

En Página/12. Domingo 30 de Marzo de 2008.

PASADO PRESENTE FUTURO

El estimado y reciente participante "George" me envió esta nota de Martín Caparrós. Decidí subirla. No porque esté totalmente de acuerdo con lo que quiere decir sino porque aporta otros elementos que, hasta ahora, no habíamos señalado. Sí hubo comentarios -al post anterior- que se relacionan con lo que Caparrós expone, pero no de esta forma.
Espero sus comentarios, después haré los míos.

RETROTRAER

Últimamente no paramos de retrotraer. Es increíble todo lo que retrotraemos. Y más todavía lo que nos gustaría retrotraer y a veces no podemos. Pero, en cualquier caso, entre unas y otras, retrotraer es el verbo, la acción del momento.
Los piquetes camperos le piden al gobierno que retrotraiga la situación al 11 de marzo –que no haya retenciones–. El gobierno dice que bueno un poquito pero le pide a los supermercadistas que retrotraigan sus precios al 1 de marzo –que no haya aumentos–. Los supermercadistas dicen sí querida cómo no querida y miran para otro lado, pero el gobierno cree que lo va a conseguir, envalentonado como está porque logró, hace unas semanas, que los precios de la nafta se retrotrajeran al mes de octubre –¿o sería de noviembre?–.
Yo retrotraigo, tú retrotraerás, él retrotrajo, nosotros habíamos retrotraído, ustedes deberán retrotraer: el verbo avanza. Las definiciones del diccionario –las buenas viejas, tan socorridas definiciones del diccionario– son dos y parecen contradictorias: una dice que retrotraer es “fingir que algo sucedió en un tiempo anterior a aquel en que realmente ocurrió, ficción que se admite en ciertos casos para efectos legales”. La otra dice que retrotraer es “retroceder a un tiempo pasado para tomarlo como referencia o punto de partida de un relato”.
En cualquier caso, retrotraer es pelearse con el tiempo. Cuando el Gobierno o el campo o la tía Porota –que querría no haber dejado al Hugo porque le metió los cuernos con la tetona aquella– quieren retrotraer las cosas a un estadio anterior, están diciendo que lo que sucedió desde entonces hasta ahora no debería haber sucedido, y quieren simular que nunca sucedió: lo retrotraen. Retrotraer es un esfuerzo desesperado por ignorar la realidad, un modo de creer que se pueden solucionar ciertas cosas como un chico que dice no, yo no hice nada mami, yo no me lo comí –mientras los restos del dulce de leche le enchastran la boca y la nariz–. Retrotraer es una versión mítica del tiempo: lo que hice no lo hice, no se vaya a creer, y mi palabra es eficaz: alcanza con que diga que eso no pasó, y todo lo que pasó desde entonces desaparece como por ensalmo. La historia es una suposición molesta, algo que se puede eliminar con dos o tres palabras, y el tiempo es un pequeño trastorno por solucionar. Retrotraer es pelearse con el tiempo, y no se conoce a nadie que lo haya derrotado.
Retrotraer es lo que trató de hacer anoche la Presidenta, cuando definió que los reintegros automáticos que ofreció a los pequeños productores “les deja la misma rentabilidad de antes, como si no hubiera habido retenciones el 11 de marzo”. Y Buzzi, el jefe de la Federación Agraria, le explicó, casi melancólico, que no existe tal cosa: “Si lo hubieran hecho 20 días atrás nos habríamos ahorrado tantas tensiones…”.
Retrotraer es reconocer un error pero supone, también, imaginar que no existió. Ahí está el imposible. Es curioso que nos agarre esta furia retrotraidora ahora, en un país que se retrotrajo tanto en los últimos años: un país que, tras su aventura industrialista –1930-1970, digamos, poco más o menos– perdió el rumbo patinó se cayó y ahora quiere levantarse a golpes de retrotraer. La Argentina agroexportadora sería el gran esfuerzo de retrotracción, la gran vuelta al pasado, la tentativa de simular que en todo ese siglo no pasó casi nada y que podríamos volver a ser lo que fuimos, poco más o menos: el granero del mundo. Cosa de retrotraer. Y el que no crea en la retrotraída, que se retrotraiga adonde pueda, a ver si entiende. El tiempo, mientras tanto, pasa.

Fuente: www.criticadigital.com.ar, 01/04/2008.